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Rueda de prensa.

 

     Después de observar largo rato el dorso de la mano abierta, después de pasear la mirada por cada nudo, por cada arruga, tuvo la sensación de estar contemplando un sarmiento viejo y castigado; curtido en tareas repetitivas, mecánicas y cáusticas una y mil veces. Echó de menos la suavidad de los dedos largos, delicados, romos y sin aristas que se ganaron la vida veintiséis años afinando pianos (oficio que por otra parte, acabaría por desaparecer totalmente quince años después, siendo, al cabo, poco más que una curiosidad histórica en las visitas escolares).
    Por más que la viese una y otra vez, la pequeña "c" atrapada en el círculo, precediendo la leyenda "Palosanto Corp.", le desconcertaba.

    Con el pulgar y el índice de la izquierda, sujetó el doblez de seda que ya era promesa de nudo, y con cada dedo de la derecha, haciendo pinza con el pulgar, ejecutó la maniobra para acabar con pulcritud un doble windsor casi perfecto.
    Le llevó una semana y dos días aprender el movimiento, ensayando el baile de dedos frente a la pequeña pseudo-pantalla del baño (uno de esos últimos modelos resistivo/sensibles al movimiento de la pupila).
Reproducía una y otra vez el video de instrucción que había descargado al efecto, y poco a poco, el movimiento de los dedos se subyugaba, coordinado, al vals pausado de la reproducción en bucle.
    Podía notar, no obstante, como de alguna manera las falanges, obedecían coartadas. Reprimidas. Era aquél un movimiento frenado, retenido a la espera de que llegase a la terminación nerviosa adecuada la orden eléctrica que los múculos conocían, por repetición, de antemano. Sus dedos conocían, seguramente, ordenes que no habían recibido nunca.

    Con la corbata ya bien anudada entre los dos pectorales, se ajustó el cuello azul de la camisa. Miró al espejo de frente y se sintió fuerte. Tonificado. Realmente tenía buen aspecto, aunque no acababa de acostumbrarse a la barba poblada y cana (cincuenta y pocos años, calculó), ni mucho menos al afeitado íntegro de la cabeza.
    Por un momento, quiso desaparecer. Fue algo parecido al relámpago que en ocasiones asalta la mirada del ser consciente de sí mismo, al enfrentar su propia visión en una superficie reflectante.
    De alguna manera, no estaba seguro de lo físico de su presencia frente al espejo. Dudaba de su propia masa ocupando espacio vacío en el universo. La sensación se expandió como un pulso por cada una de las fibras del cuerpo. De aquel cuerpo.
    Esforzándose por desterrar el sentimiento, fijó la mirada, intentando regresar del éter lejano al que, divagando, todavía llegaba algunas veces. Tal vez demasiadas.
La sensación no nacía en él mismo, se dijo. Y trató de autoconvencerse.
    Quizás no fueran más que residuos epiteliales, pensó, aunque eso era, a todas luces, de puro imposible, ridículo.
Los doctores lo aseguraron. Los bioteóricos lo aseguraron. Los biotécnicos lo aseguraron. Los nanocirujanos y los reconstructores anímicos lo aseguraron; La operación había sido perfecta. Una ejecución quirúrgica sin fallos. Una rehabilitación morfo-cognitiva minuciosa hasta el tedio.
    Los seis planos somáticos y los siete planos incorpóreos se habían plegado sin fisuras, tal y como el equipo de bioingeniería había simulado mil veces y una más en la maqueta molecular viva del laboratorio número seis. No había lugar razonable para la duda. No debía haberlo. Ni de lejos.

    Le costó acostumbrarse a su propio paso cuando emprendió el recorrido del pasillo, cerrando tras él la puerta. No le sorprendieron los flashes, ni la acumulación ingente de enviados de NewsLineCorp que se abalanzó sobre él al tiempo que abrió la puerta de la habitación diáfana en la que se le esperaba para la rueda de prensa.

    Al afrontar el atril atestado de micrófonos, volvió a tener la sensación de no reconocerse en su propia voz.  El nanocirujano jefe, Mr.Oderfield, y el responsable de coordinación de nodos, John Wechsberg, le flanqueaban. Casi podía observarlo todo desde fuera de sí mismo, desde el propio auditorio. La sensación hizo que le dolieran las sienes a intervalos perfectos y regulares.

El primer transplantado íntegro de los que serían muchos por venir en los siguientes decenios.
Todos querían saber.

Las antenas de la corporación de noticas ya estaban transmitiendo en riguroso directo hacia los satélites en órbita.

 

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