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Deaf Owl katana gaiden.

Historia de la katana triste del búho sordo.

 

 

     Que su forma de observar las cosas era realmente extraña, lo pensaron todos.

El hombre que despachaba el local fue el primero en notarlo. Si pudiese definirse con pocas palabras, se diría que miraba cada cosa dos veces. De derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Como desconfiando del primer escrutinio, y tratando de asegurar la posición exacta de cada elemento por segunda vez. Aquellos ojos enormes llamaban a resguardo, por lo peligroso de la advertencia. Ciertamente, la sensación era de extrañeza. Por malformación, o acto de violencia, el cuarto superior de la cara de aquel hombre estaba, a todas luces, desfigurado. No tenía pestañas, claro. Pues tampoco tenía párpados.

    Una vez dentro del recinto, llevó lentamente su mano izquierda a la tsuka de la katana que reposaba sobre su cadera derecha. Poco a poco, avanzó hasta el frontal de la barra, donde el tabernero esperaba resignado mientras pasaba un trapo de lino sobre la madera.

-Soy Kato, hijo de las provincias altas del Este. Busco al hombre que dió muerte a Toshiro Kondo tres días atrás, en el valle.

    Con rapidez, dos hombres que bebían en una mesa cercana, se acercaron por su flanco izquierdo. El más entrado en años, acariciaba la tsuba de su espada con el índice y el pulgar derechos.

Gotas frías de sudor perlaban la calva prominente del tendero mientras trataba de encontrar a tientas, bajo la barra, el tanto que guardaba para cuando las cosas se ponían feas.
    De los dos hombres afincados a su izquierda, fue el más joven el que, con tono agresivo y grave, desenfundó la lengua para llamar su atención:

-¡A mi me buscas, Kato!

Kato no se inmutó ante la voz atronadora del joven. Ni siquiera giró la cabeza para mirarle.
    En un gesto fulgurante, desnudó la katana del vestido ceñido de la Saya levantándola hacia el techo, sobre su oreja izquierda. Como un relámpago, ejecutó un tajo que dibujó un ángulo sangriento de cuarenta y cinco grados, sajando primero el tobillo derecho del hombre mayor, para subir después en un movimiento certero y oblicuo, que desencuadernó los músculos del brazo izquierdo del hombre joven, para acabar deteniéndose en seco a la altura de la garganta del tendero.

-Puedo… puedo resarcir el daño… -Empezó a decir, titubeando, el dueño del local.
-No hay palabras. No te molestes. No hay palabras en este mundo que conmuevan mi mano. En el silencio vivo. Ni la oscuridad ni el sueño tocan ya mis ojos.


El tendero comenzó a balbucear su siguiente argumento, cuando el kissaki de la katana de Kato brilló como el ojo de un caballo que fuese a rampar de forma inminente. De un sólo tajo en la diagonal hacia el suelo, el cuello cedió con un rojo estallido, cayendo a un lado, sólo sostenido por escasos centímetros de músculo y la presencia incómoda del hombro como soporte.

-Es el filo aburrido de mi espada el que te arranca la vida. Esta noche mi cena se sirve fría.

Con el mandil del cadáver, limpió el filo de su espada.
    Al abrir de nuevo la puerta para marcharse, escuchó lo mismo que al abrirla para entrar, momentos antes. Nada. Sordo silencio. Nada. Vivía en el silencio. Había dado muerte a tres cuerpos mudos. Con los dedos índice y medio impregnados en sangre, acarició el muñón cauterizado del lado izquierdo de su rostro, donde una vez hubo cavidad, y tímpano, y oreja. Hizo después lo mismo con el lado derecho.

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