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La forma.

 

     Al suceso que lo cambió todo, los Cronocistas dieron en llamarlo "Los Hechos".
Tras "Los Hechos", los Dyamijhi quedaron completamente desnudos. Descalzos. Nuevos y desvalidos como nosotros mismos lo estuvimos una vez en un mundo joven.
     Por aquel entonces,  la lengua de los Dyamijhi comenzaba a ser, poco a poco y con esfuerzo, una baba invertebrada.  Un hilo de humo sin articulaciones apenas. Un borborigmo básico de bestias atávicas.

Como cada noche, D'jihme oteaba la montaña. Alcanzaba después la cumbre con dificultad, empleando varias horas para ello. Un paso después de otro. Con los pechos hinchados pesándole como una maldición, golpeándole los tensos antebrazos a cada zancada.
    Subía así, desnuda, oscura y furiosa, hasta la cima. Una vez en lo alto, con el pulso mordiéndole las sienes como un animal, observaba "La Forma", erizada de negros anzuelos.
    Suspendida en el abismo del cielo desierto, aquella esfera oscura, densa y quieta, la paralizaba completamente.
Cada noche cumplía firme el ritual invariable. Ascendía a la cima y la visión de "La Forma" coronaba su esfuerzo. Como una llama desconocida y densa, la esfera giraba sobre sí misma contrayéndose y expandiéndose con una cadencia suave. Estiraba sus zarcillos en un baile geométrico perfecto.
En ocasiones "La Forma", quedaba quieta junto a la luna. Paralizada. Como a la espera. Tenía entonces la sensación de asistir a una pausa teatral en medio de un baile macabro.

Debió ser en mayo. Las noches espesaban ya bajo un soplido blando y tibio.
      Cubrió D'jihme el ascenso, hipnotizada y mecánica en su rutina nocturna. Se agarraba el vientre dolorido. Tan hinchada estaba que creyó que pariría en aquel mismo momento. Traía el cristal apretado en la mano izquierda. Lo había tallado durante semanas en forma de pequeño cubo, escondiéndolo cada tarde en un pequeño agujero oculto con pequeñas piedras y ramitas secas, para recuperarlo al filo último de luz, con la caída del sol. A través del cubo, los objetos se magnificaban. Quedaban congelados, por un momento, presos entre las cuatro paredes transparentes. Así quiso cazar "La forma". Tuvo la esperanza de poder acercar la imagen quieta a sus ojos profanos y encerrarla en aquel amuleto que parecía trascender lo físico.

    Notó la humedad de la hierba cubriéndole los tobillos doloridos. La sensación la aliviaba. Erguida como estaba, sentía punzadas en la parte baja del vientre a cada momento. Quedaba poco tiempo, pensó. "La forma" había acudido puntual, o tal vez, de alguna manera, nunca había abandonado realmente su trono nocturno. Ninguna ley física que hoy conozcamos, la amparaba, en cualquier caso.

    Se alteró la esfera entonces, en una sacudida eléctrica casi imperceptible. Todo fueron rojos encendidos sobre la cara crispada de la mujer vencida. El último pinchazo había sido terrible. Tuvo que arquear la espalda hacia atrás para soportarlo y notó como un fino hilo de sangre le bajaba lento desde la entrepierna hacia la rodilla izquierda.
Cuando cayó en la cuenta era tarde. No era por ella. "La forma" no estaba allí por lo que traía en las tripas. "La forma" ni tan siquiera estaba allí por ella. Todo obedecía a un fin más lejano.

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