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Daedalus.                                                          Cap.XVII

 

        
    El primer bocado le supo a tedio. Estaba realmente cansado. La muerte de Barley, la violenta escena en casa de Louis, las referencias veladas al antiguo caso Minsky. Como si estuviese masticando ceniza. Todo le supo a viejo.
    Apartó con desdén la última media tostada y apuró el último sorbo de café. Era un café fuerte, poco filtrado. El vello de los brazos se le erizó en un descontrolado reflejo que precedió a la náusea subiendo lenta, delicada, por la garganta.
    Y se puso en marcha.

    Las puertas de la facultad de físicas eran frías. Tuvo esa sensación al afrontar el tirador con la mano izquierda. El vedel, a lo suyo, le dedicó una mirada esquiva. Desapasionada. ¿El antiguo despacho de Minsky? Claro. La segunda planta. Tercer habitáculo a la izquierda. Mejor que llevase mascarilla. El polvo de lustros era dueño y señor de la estancia. Minsky pasaba, a ojos de sus colegas, por un jodido genio. El despacho se había conservado como santuario. Como un reducto hostil creado por una mente que todavía no se llegaba a comprender. De una manera o de otra, los físicos, matemáticos, y demás ralea, sabían que Minsky había sido en vida una especie de Turing, aunque no llegasen a comprender todavía el alcance de su obra.

    
    Al empujar la puerta, tuvo la sensación de entrar en un agujero atemporal, regido por leyes distintas a las del común de los mortales. Tan pulcra, pese al descuido. Tan aritmética, pese al caos. Tan culpable, pese a la inocencia antigua cubierta por sábanas de cada estantería, de cada aparato.

    No erró en el tiro. Por la forma, por la disposición orientada del bulto respecto a la ventana, y porque ocupaba aproximadamente un cuarto de la habitación, se encontró con la máquina a las primeras de cambio. Esbozó media sonrisa ante la desnudez del entramado de circuitos. Era un principio. Y lo sabía.

    Tiró abajo el diferencial que alimentaba la computadora y la puso en marcha sin demasiada fe. Se sintió invadido por el alivio al escuchar el pitido asmático de la máquina. Seis fueron los segundos que tardó la pantalla en escupir un mensaje sobre el fósforo verde:
    -"Login..."
De forma casi automática, aprendida, Gibons tecleó la secuencia 1,2,3,4, y con un parpadeo lento, confirmó la derrota.
La pantalla escupió un mensaje diferente, sinembargo:
    -"Login...Root"
Y espoleado por el cambio, tecleó de nuevo "1,2,3,4", sin pensarlo.

    -"Login...Root", insistió el fósforo.

    -No tengo tiempo para esta mierda- Dijo Gibons en voz alta. Y tecleó con violencia su nombre en el teclado.
    -"As-salam aleikom, Gibons y a todos los que le preceden. También Mr.Draper, salam"
Las frases aparecían letra a letra en el fósforo de la pantalla.

    -"Viene usted a buscarnos desde donde los elementos pierden el sentido del tiempo".
El cursor pasó de ser una entidad quieta que ocultaba, letra a letra, cada pulsación de entrada de password, a ser un cuadrado parpadeante, incitando a la siguiente entrada de teclado.
    -B-A-R-L-E-Y,  pregunto por Barley.- Tecleó Gibons lentamente. Dedo a dedo.
    -Usted busca algo que no comprende, Gibons. Algo que ni siquiera ha ocurrido todavía. Algo que ni siquiera comprenderá en los próximos veinte años. Hágase un favor. Abandone. Pulse la tecla escape y dedíquese a otra cosa. Lo que aquí está ocurriendo se le escapa.
El chisporroteo de la máquina fue tremendo. Sintió como el primer fogonazo le laceraba las yemas de los dedos. Una pequeña descarga le hizo retroceder, silla incluida, un par de metros hacia atrás.
    La pantalla se apagó lentamente. La muerte del tubo catódico engullendo la imágen desde los márgenes plásticos del monitor hacia el centro, en un círculo cada vez más pequeño.

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