top of page

Daedalus.                                                                           Cap.I

 

 

   Poesía. Pura y dura poesía. Así lo percibía, y así era, en cierto modo.
A veces, dejaba la mirada perdida a propósito, frente a la pantalla, los ojos entornados, jugando con los espacios en blanco que minaban el texto. A veces, esos espacios, dibujaban formas difusas, extravagantes e incómodas.
    Aquella marisma perfecta de código, aquel conjunto de instrucciones milimétricamente estructurado, le henchía de orgullo. No percibir la belleza de la obra sólo podía obedecer a una razón: La incomprensión profunda del lenguaje tibio que titilaba lento en el fósforo verde del monitor. No comprender el adn binario de dios.

    Por un momento, tuvo la certeza de comprender el principio de todo, tan seguro estaba de su obra. Así tendría que haber eclosionado "el absoluto", y no de otra forma; con un uno o un cero.
La máquina emitió un pitido sordo. Grave. Amortiguado. Escupió una sola palabra que precedió el rímico parpadeo del cursor: Ready.

    Tiró del émbolo y cargó la jeringa con una dosis ligeramente mayor a la acostumbrada. 352mg de pentotal sódico. Se inyectó en el brazo izquierdo y esperó a que el torrente sanguíneo hiciera el resto.
Siempre la misma sensación. Le dolía la boca. Como si los dientes superiores tirasen hacia abajo en un intento firme y sincopado de liberarse del yugo firme de las encías.
    Sabía que era cosa de la combinación. Todavía no había aprendido a barajarla con precisión. Quizás disminuyendo las cantidades de cloruro de potasio y bromuro de pancuronio, o sustituyendo éste último por midazolam... aunque no eran cartas con las que le apeteciese jugar. La dosis de LSD que había utilizado era la estándar, y se negaba a reducirla. El factor psicoactivo era determinante, y el resto no tenía sentido si su mente no era capaz de traspasar la puerta.
    Recordó el video de Dennis McGuire, apretando los puños y jadeando como un puerco semi-degollado durante más de diez minutos, antes de darse finalmente por vencido, sentado en un sillón de polipiel con cinchas, en aquella celda acristalada para el público asistente, en Ohio.

    Se colocó la interfaz en la cabeza y conectó la máquina al teléfono por el RJ11. Como de costumbre, los datos obtenidos, irían a parar al disco duro de su máquina en la universidad, una vez superado el firewall construido por él mismo, y sólo después de enredarse en el ovillo de la encriptación militar que siempre utilizaba. Almacenar los datos en su propia casa, era una temeridad a la que no pensaba exponerse.
    El módem analógico encendió el testigo verde y dio rienda suelta a su orquesta cacofónica de pitidos rasgados, agudos y rotos. Pensó que alguien le había pillado el rabo al gato de Cheshire contra la puerta.
Se felicitó mentalmente por la ocurrencia y por lo oportuno de la metáfora. En cualquier caso, le confortó la imagen mental de la computadora remota, en el refugio seguro de la universidad, escuchando uno a uno el chillido de los 300 baudios del módem que empezaba a desperezarse.
    Vio desfilar en la pantalla la carga del software. La autocomprobación del kernel se sucedía linea a linea, sin prisa alguna:

    -Core daemon…... mounting.  OK
    -Human plug………………….
           …..scanning for……………..
    -Human plug……….mounting. OK
    -DAEDALUS loading………..
    -Line 10 1st node…………….    OK
    -Line 30 2nd node……………       OK

El dolor familiar, amarillo y amable, al que se había ido acostumbrando, le atravesó las sienes.
    A veces, las menos, se cagaba encima, y al terminar la sesión, antes de adecentarse, tenía que apagar correctamente el equipo sintiéndose vejado, tragándose el fracaso a grumos, para digerir el fallo y seguir adelante. No había minimizado las consecuencias todavía, y el pentotal le producía a veces ese efecto.
    En ocasiones, tardaba semanas en recuperar una funcionalidad aceptable, tanto del tracto digestivo como de su yo cognitivo.

    Con alivio, vio aparecer la última linea en pantalla:
    -Now recording…………………….. 00:00:01.
Durante los próximos treinta y seis minutos, estaba a disposición de la máquina.

    Apretó las mandíbulas y escupió al suelo, girando ligeramente la cabeza hacia el hombro derecho. Distinguió un poco de sangre en el esputo, apenas una perla. Si bien la medida con la que valoraba las consecuencias físicas era vagamente aproximada, lo que si era seguro es que las conexiones neuronales mermaban en cada sesión. Era un hecho, y debía calibrar el alcance destructivo de cada intento. El proyecto debía llegar a término.
    Se sintió muy cerca, de hecho. Los últimos resultados, eran realmente reveladores. Todavía permanecían intonsos, como recién vomitados de la boca de la impresora matricial, sobre la mesa.
Había tardado cinco largos años en escribir el código, y cuatro más en poner el hardware en funcionamiento. Sólo. Completamente sólo. Con idas y venidas clandestinas al laboratorio de la universidad para configurar el acceso remoto a través de una conexión segura. La encriptación le supuso más de un dolor de cabeza. El trabajo de una vida, al cabo, dedicada a comprender la muerte. A definir y acotar la finísima línea que la consciencia imprimía en el mundo físico antes de sumergirse en el "no ser". Una vida entera dedicada al estudio de la carencia de impulso eléctrico alguno. Una existencia consagrada a la observación del cese total de interacción entre la molécula y "el después". Una mente científica hasta la náusea rendida al objeto de lo intangible. ¿Era la consciencia información que se podía almacenar de forma binaria en un soporte físico?
    La máquina le había acercado a la respuesta, pero no lo suficiente. Todavía. Para eso necesitaba estar muerto, o casi, pero consciente, de alguna forma. Eliminar su presencia y su vínculo físico con el mundo y dejar vagar lo intangible de su "yo" el tiempo suficiente como para dejar registro del hecho.

    Sintió que algo no marchaba bien. Lo sintió a nivel físico. Las sensaciones no eran las acostumbradas. Empezó a notar sacudidas eléctricas en cada músculo. ¿Había errado en las medidas? Estaba seguro de haber sido meticulosamente exacto, pero ¿había errado en las medidas? ¿Un miligramo de más? ¿un miligramo de menos?
    Buscó con la mirada el botón de emergencia, y estuvo seguro de poder alcanzarlo, pero se sintió terriblemente cansado. El brazo derecho no le obedecía. Si la comparación fuese válida, se diría que sus miembros y él, habitaban siglos distintos.
    Dejándose ir con todo su ser, pudo percibir como los átomos que componían su presencia física salían en desbandada en busca de la respuesta última. Entonces vio la pantalla, difuminada por el velo lisérgico del ácido, alzada majestuosa sobre la mesa, por encima del resto de hardware, como un tótem inesperado.
    Lo que acertó a leer no podía ser cierto. No debía serlo.
Cada píxel que conformaba el texto empezó a hacerse más y más grande a sus ojos, hasta formar una bruma verde e indescifrable que envolvía su cerebro como un algodón empapado en alcohol. Sentía que se iba. Sin reportes.
Syntax error in line 100.

El módem resopló cansado y escupió un sonoro chisporroteo eléctrico. El humo denso impregnó la habitación con un olor químico a plástico y silicio quemados.

...

bottom of page