top of page

Daedalus.                                                           Cap.XVI

 

     
    Bajo la atmósfera quieta, densa, del callejón, la luz de la pantalla táctil iluminaba su cara a duras penas.

Por segunda vez, examinó el texto obstinado en la pantalla.

Se defendía con el árabe hablado, pero la grafía asiática se le atragantaba.
Pulsó el botón "Mandrágora Burger". Menú completo, con chips de aguacate sintético, perlas químicas de maiz y refresco hidratánte. Pastilla de Cancerban con el logo "meat-a-way" impreso incluida.
    Yenuah era uno de esos desarrapados "olbies", como solían llamarles. Pertenecía a aquella generación perdida, intermedia, a punto de desaparecer en el limbo del tiempo, que había llegado a saborear la miel decadente del occidente enfermo. Herido de muerte.
    Recordaba el sabor del pollo, de la ternera, de las recias sopas de carne con fideos. Recordaba la textura firme de la carne macheteada en la boca por los caninos, en un alarde de búsqueda de placer, más que de supervivencia.
    Los jóvenes odontólogos ya no se ceñían a ese cánon. Maxilares, caninos, molares, premolares. Vestigios molares de una generación, de una raza, acostumbrada a desgajar su alimento a dentelladas.
    Sus propios bietos (los nietos de sus nietos) pertenecían ya a lo que se podía considerar otra especie. Una evolución de la especie, si se quiere. Dentaduras perfectamente alineadas, lisas. Ordenadas y romas. No diseñadas para desgarrar, romper y triturar, sino poco más que un recuerdo. Una puerta testimonial hacia el esófago.
    Tragar. Eso es todo lo que uno tenía que hacer.

Así que pulsó el botón de confirmar, con la opción "Mandrágora Burger" parpadeando en la sensopantalla.
    No soportaba la carne de reptil, aunque una vez a la semana, como mínimo, se obligaba a ingerir proteinas.
La textura blanda, gelatinosamente líquida, se le atoraba en el gaznate.
    Además, siempre encontraba trozos blancos (cartílago, supuso) más duros que el resto, que le provocaban arcadas.
Sabía a pescado. Dijeran lo que dijeran, sabía a pescado.
    Una vez leyó en la columna de crítica retrogastronómica del sundaysynaptics que la carne de reptil macerada en especias era idéntica en sabor y textura al pollo. Y era mentira.
    El tío que escribió aquello no había comido un pollo en su vida.
Abrió el sobrecito de ketchup, y roció la hamburguesa.
Abrió el sobrecito de mostaza, y roció la hamburguesa.
Abrió el sobrecito de esencia de provenza, y roció la hamburguesa.
Se tragó la pastilla de cancerban, mordió la hamburguesa, y miró hacia el suelo. Se llevó la mano al bolsillo. Todavía le quedaban cigarrillos.
Le supo a reptil o a pescado.
Como siempre.

bottom of page