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Daedalus.                                                       Cap.XVIII

 

“Que el porvenir te encuentre caminando”...

Vaya frase de mierda para rotular las paredes de Túnez, al abrigo de la noche, huyendo del Corp por callejones húmedos y malolientes.

Si hubiese tenido diez años menos, se la habría estampado en una camiseta.

 

El sillón parecía tan irreal como el resto de la habitación. Blanco. Inmaculado y puro. El tacto frío de los reposabrazos en las manos le provocaba una sensación incómoda. Sintió la tentación de dejarse ir al sentir el contacto tibio de la mano de Gabriel en su frente. Deseaba dormir más que cualquier otra cosa en el mundo. Descansar. Olvidarse de todo.

El legado, aplicándole delicadamente con su mano izquierda un poco más de presión sobre la frente, habló:

 

-Tenemos conectada tu interfaz. Te proporcionaremos los planos. Cada cosa que puedas necesitar y que esté a nuestro alcance.

 

Con un zumbido casi mecánico, su campo de visión comenzó a glitchear como preso de un fallo de programación. Concocía la sensación de cabo a rabo. Precedía cada conexión y desconexión de synaptics. Pero ésto era otra cosa. El denso aroma a verdura sintética le taladró las fosas nasales.

Tras un momento de aturdimiento total, tomó consciencia del mundo físico, y del espacio que su cuerpo habitaba en ese continuo. Estaba en la calle. Otra vez. A la puerta del cubículo de descarga. Sabil Ehl Sabath presionaba su hombro con la mano derecha. Creyó intuir las pecas y el gesto adolescente de Gabriel en el rostro curtido y grave del guerrero árabe.

 

-Polilla...- El Alto Guardián sonreía condescendiente.-

-Polilla, es la hora.

 

A través del mínimo resquicio que enmarcaban el hombro fornido y el sombrero vietnamita de El Sabath, adivinó una figura que se aproximaba corriendo, a lo lejos, doblando la esquina, con un arma en la mano.

Flexionó la rodilla izquierda, perdiendo contacto con la mano del Guardián y se dispuso a correr en dirección opuesta. En una fracción de segundo, pudo ver aparecer, mientras giraba sobre sus talones, los ojos del neo-árabe de la oscuridad compacta del anagad, como si alguien hubiese pulsado un interruptor que les diese luz. El cuerpo poderoso de Ehl Sabath se quedó vacío como una cáscara.

Un segundo después pudo escuchar la detonación.

 

El proyectil, diseñado e impreso en una finísma capa romboide de carbono, viajaba rotando sobre sí mismo, a una velocidad endiablada. Su núcleo de mercurio se mantenía móvil, pero intacto, arropado por la rotación de la vaina geométrica que daría vueltas infinitamente hasta hacer blanco en la presa. Prodigio letal de la eficiencia, derivado de decenios de investigación puestos al servicio de la balística, siguió su búsqueda por el callejón.

 

La bala entró por la parte derecha trasera del cráneo, mientras Steganous corría despavorido en dirección opuesta.

Al traspasar la cavidad craneal, el ojo derecho reventó como una uva madura, hacia afuera, llevándose además, astillas del pómulo y parte ósea de la mandíbula. Steganous pudo notar como algunas gotas de aquel magma biológico le asaeteaban la espalda. Una astilla de hueso le laceró el pómulo de la oreja izquierda, llevándose un cuarto aproximado del total de la carne colgante.

Escocía incómodamente. Como al cortarse un dedo con una hoja de papel.

 

 

 

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