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Daedalus.                                                         Cap.XX

 

        
  
   

Los doscientos metros más largos de su vida.

Al apoyar la espalda contra la esquina, y mirar hacia atrás por encima del hombro, tuvo la sensación de no haber respirado en años. Soltó una bocanada de aire infinita. Los pulmones le dolieron como un puño apretado.

El ruido ensordecedor le hizo repara en la masa de gente petrificada ante lo insólito de la escena. Calle abajo, a toda ostia, echando humo, llegaba lo impensable. Un vehículo a motor.

 

Instintivamente, se apretó más contra la pared, en un intento de pasar inadvertido, mientras el coche destartalado derrapaba, quedando la puerta del copiloto frente a sus narices.

El viejo gesticulaba con la mano derecha sin apartar la izquierda del volante. A sus espaldas, comiendo metros de calle por segundos, bajaba un grupo de corps, armas en mano.

-Sube ahora, o acaba aquí de una puta vez por todas.-Gritó el viejo volviendo a agarrar la palanca de cambios con la mano derecha.

-Sube de una puta vez, maldita sea, esos cabrones no se andan con chiquitas.-

Echó una última ojeada al pelotón de Corps. El más avanzado de los agentes ya ponía una rodilla en el suelo y apuntaba para hacer blanco.

Cuando se escuchó el disparo, el coche ya rugía, asmático, con la puerta del copiloto todavía por cerrarse, calle abajo.

La gente se apartaba, atónita, dividida entre la urgencia de no ser aplastada, y la necesidad de registrar en video, via synaptics, la huida de aquella máquina prehistórica quemando combustible fósil por las entrañas coaxiales de la avenida Habib Bourguiba.

 

-En el asiento de atrás.- El viejo mantenía la mirada al frente. Hacía media hora escasa que habían conseguido salir del Barrio del Sexto Califato.

-Coje la bolsa. Hay algo que llevarse a la boca. Vas a necesitarlo, amigo.

 

Al alcanzar la bolsa y llevarla hasta su regazo, Steganous tuvo que reprimir una arcada.

-Tengo el estómago en el cogote.- Miró en el interior de la bolsa para descubrir lo que sospechaba. Cuatro hamburguesas del “Mandrágora Burger” y dos paquetes precintados de chips de aguacate sintético.

-¿Sabes porqué los humanos dejamos de comer vacuno, hijo?

-Se exintguieron. Es decir... los extinguimos.

-Si.... jajajajaja. ¡¡Claro!! Pero podríamos haberlos creado de la nada. Haberlos genetizado. Quiero decir... ¿Sabes porqué las granjas crían reptiles en lugar de pollos, o cerdos o cualquier otra cosa?

-¿Higiene? Los reptiles tienen fama de limpios

-Noooo.... jajajajaja.... No por higiene. ¡Supervivencia! No puedes confiar en que una vaca sobreviva por su cuenta y riesgo. Moriría. Un reptil, sin embargo, se comería su propia cola con tal de asegurarse su supervivencia los próximos cuatro días.

-¿A eso se reduce todo?¿A la supervivencia?

-A eso se reduce. En última instancia. A eso se reduce.

El viejo hurgó en el bolsillo de su camisa, cogiendo un pellizco de tabaco que se llevó a la nariz. Lo aspiró, estornudó y miró fijamente a Steganous, como haciendo preguntas que no esperaban respuesta.

 

A lo lejos, tras la suciedad seca del parabrisas, se adivinaba el arranque de las líneas de alimentación de la ciudadela. Tubos de diámetros enormes protegían los cables de energía que llegaban hasta el complejo. Entraban y salían de la tierra seca como lombrices de piedra estáticas, sorprendidas en su periplo por la vorágine impasible del tiempo.

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