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Daedalus.                                                         Cap.XIX

 

        
  
   

                 En una ciudad postrada ante la barbarie; En un mundo sumido en el caos; En un presente deshilachado por la aguja insistente del sálvese quien pueda, su camiseta interior, posada con desgana como un experimento entomológico en el viejo sillón del dormitorio, seguía oliendo a quietud y a espliego.

                 Miles de años de evolución digital, pensó, y al final, todo se reducía al tacto eléctrico para con la máquina.

Miles de años de refinamiento de los lenguajes de programación, y al final, si rascabas un poco la superficie, todo se reducía al ensamblador.

                Su camiseta interior, dejada como al descuido sobre el viejo sillón del dormitorio, seguía oliendo a paz y a domingo. A espliego y a mañana limpia.

                La boca le sabía a sangre y a óxido.

Pensó en cuervos dibujando rápidas desbandadas sobre el lienzo infinito del cielo ceniciento.

 

                Barley cogió la camiseta interior y se la puso a desgana. El frío contacto con el algodón, desprendía una incómoda sensación eléctrica. Un chisporroteo mínimo.

Iba en busca de una muerte más que probable. Trató de calcularlo de forma estadística y se ruborizó por lo estúpido de la situación.

                Louis no se lo perdonaría nunca. Nunca podría entender que le dejase solo. Se sentó en el sillón y se doblón sobre su cintura para atarse los zapatos. Dios. Cómo iba a echarle de menos.

 

Todavía no había decidido cómo dejarse ir. Leyó, días atrás, que una sobredosis de pastillas era el método menos doloroso, y el más limpio. El menos traumático para el que tuviese que recoger todo el percal. Había que elegir bien el fármaco, porque con según cual, podías cagarte encima en el último momento, y tampoco quería dejarle ese trance a Louis. Se lo imaginó, de hecho, con las lágrimas y los mocos colgando mientras le daba al mocho al suelo del salón, lleno de mierda.

   Bastaría con tomar algo de Primperan para prevenir el posible vómito, unos caramelillos mentolados, y aumentar al triple la dósis recomendada de Rohipnol, aderezado todo, claro, con un trago generoso de lo que encontrase con casa.

Se sentó frente al teclado, casi de forma rutinaria.

 

 

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